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domingo, 10 de febrero de 2013

A Cuarenta Años: Crónica de un Golpe de Estado III y IV


A Cuarenta Años: Crónica de un Golpe de Estado  III y IV


III. Mentiras, silencios y censuras
Por Álvaro Cuadra*
  

1.- “Exterminados como ratones”


La quema de libros en diversas esquinas de la capital así como el control total de la prensa impresa, el bombardeo de estaciones de radio y el control de la televisión señalaba la voluntad de la junta militar por acallar toda crítica ante la ignominia que se estaba cometiendo. Mientras miles de chilenos eran llevados a estadios convertidos en campos de concentración y tortura, muchos de ellos eran ejecutados sin que mediara ningún proceso judicial. La barbarie se había entronizado en todo el país. La casa de Pablo Neruda, premio Nobel de literatura, fue asaltada, mientras el poeta agonizaba y moría en extrañas circunstancias en una clínica de Santiago. Víctor Jara había sido acribillado en el Estadio Chile y su cuerpo despedazado con signos de tortura lanzado en las afueras de la ciudad. Un manto de mentiras, silencios y censuras cubrió como una nube tóxica todo el territorio nacional. Los principales medios afines al naciente régimen dictatorial y que habían sido parte de una larga conspiración –Canal 13 de televisión y la cadena El Mercurio-  celebraban el triunfo como propio: “Exterminados como ratones”


Todo régimen autoritario convierte, invariablemente, los medios de comunicación en instrumentos de propaganda política. Con este propósito legitima e institucionaliza el control y la censura de todos los medios y de obras culturales. En el Chile de Pinochet, la institución encargada de vigilar y castigar las voces críticas se llamó Dirección Nacional de Comunicación Social (DINACOS). Aunque en lo formal DINACOS era una dependencia del Ministerio Secretaría General de Gobierno que funcionó hasta el último día de la dictadura, en los hechos resultaba ser una extensión de la misma policía secreta del régimen a cargo del Mamo Contreras. Desde allí el “anti periodismo” pinochetista examinaba toda publicación impresa, medios radiofónicos y televisivos, así como toda forma de expresión cultural. La dictadura cubría las operaciones de la DINA, convirtiendo asesinatos de ciudadanos en presuntos enfrentamientos de terroristas y la desaparición de personas en triviales casos policiales, con la complicidad de los tribunales.


El control de la información durante la dictadura militar tuvo, por lo menos, tres ejes. En primer término, se legitimó el actuar de las fuerzas represivas en nombre de “la amenaza marxista” bajo la tesis pinochetista de la “Guerra Interna”, inspirada en la “Doctrina de la “Seguridad Nacional” elaborada por los intelectuales del Pentágono para todos los ejércitos latinoamericanos. En segundo lugar, se promovió con fuerza una “despolitización” de la población, reprimiendo todo germen de organización popular en todos sus niveles. Para ello los medios saturaban los noticieros con distractores como el futbol, los juegos de azar, la farándula local y el “entertainment”  Por último, se aisló al país de la contingencia internacional, silenciando la visión crítica hacia la dictadura chilena que prevalecía en organismos internacionales y gobiernos de todo el orbe.


2.- La voz de los ochenta


El resultado de esta estrategia de dominación redundó en lo que en aquellos años se llamó “apagón cultural”.  Una población domesticada en el miedo, la despolitización y, en muchos casos, en la ignorancia de toda referencia a su pasado inmediato. Una cultura en que el interés individual estaba por sobre cualquier interés colectivo. Un régimen policial que se eternizaba con un “toque de queda” y que proporcionaba, en el mejor de los casos, empleos mal pagados y precarios era el caldo de cultivo para que prácticas deleznables como la denuncia y el “soplonaje” fuesen parte de la vida cotidiana. El régimen de Pinochet degradó moralmente la vida de todos los chilenos, borrando los límites entre lo que pudiera entenderse como aceptable o bueno y lo aberrante o malo. Este es el único modo en que los gobiernos y organizaciones criminales pueden actuar impunemente en el seno de una sociedad.


No obstante, una soterrada resistencia lograba romper el cerco informativo dictatorial y difundir algunas de las atrocidades que se cometían. Así, “Radio Chilena AM”, un medio ligado a la Iglesia, y más tarde “Radio Cooperativa” se convirtieron en las voces opositoras y de manera mucho más clandestina las radios de onda corta como “Radio Moscú”, con su clásico programa “Escucha Chile”.  La aparición de la “cassette” permitió que gran parte de la “música prohibida” pudiera circular en diferentes espacios juveniles, creando una cultura de resistencia. La “generación de los ochenta” fue el germen de una ola que culminaría con el triunfo del “No”, algunos años más tarde.


Las nuevas generaciones no solo reciclaron los viejos cantos de Víctor Jara, Violeta Parra o Quilapayún sino que sumaron nuevas formas de expresión cultural más próximas al Rock. Este movimiento que tuvo su epicentro en el llamado Rock argentino, tuvo sus representantes nacionales en “Los Prisioneros” que se convirtieron en la “voz de los ochenta” y verdaderos portavoces del malestar juvenil frente a una dictadura oprobiosa. En un mundo en que la actividad política explícita estaba interdicta, el ámbito cultural se convirtió en espacio privilegiado para la resistencia. Los grupos musicales que continuaban la tradición del neofolcklore, Illapu, Ortiga, y aquellos grupos de raigambre rockera. Pero también estaba la actividad teatral, la poesía y la literatura. Escritores como Ramón Díaz Eterovic, Pía Barros o Carlos Franz y dramaturgos de la talla de Luis Rivano, Juan Radrigán, Gregory Cohen testimonian esta tradición  ochentera hasta hoy. La actividad cultural de aquella década anunció de algún modo el ocaso de un mundo represivo que aspiraba a perpetuarse en el poder.


3.- La cultura del exilio


La dictadura de Pinochet tuvo como consecuencia casi inmediata la expulsión o deportación de muchos chilenos a tierras extranjeras. Muchos de entre ellos tuvieron que abandonar el país porque la junta militar los expulsó, otros tuvieron que marchar por la imposibilidad de sobrevivir a las nuevas condiciones creadas por el régimen. La diáspora chilena de estos primero tiempos de exilio fue, en lo fundamental, política. Los países de Europa y América Latina se mostraron especialmente generosos como tierras de asilo.


Contra el lugar común difundido por la dictadura, en lo principal y para la mayoría no se trató de un “exilio dorado”, por el contrario, fue el desarraigo obligado, prolongado y, muchas veces, doloroso de miles de compatriotas que debieron abandonar familias en su tierra natal. La creatividad de muchos de ellos, empero, pudo superar la adversidad y dar valiosos  frutos para nuestra cultura nacional. Escritores, cineastas, grupos musicales, aportaron sus capacidades intelectuales y artísticas en innumerables actividades solidarias hacia un Chile sufriente. No era raro encontrar en las grandes ciudades del mundo a argentinos, uruguayos y chilenos compartiendo el infortunio del destierro. Revistas chilenas en el exilio, tales como Creación y Crítica, Araucaria, América Joven han quedado como parte de nuestra historia cultural, lo mismo las cintas de Raúl Ruiz o los trabajos musicales de Inti Illimani y Quilapayún, e innumerables libros publicados en aquella época en diversos países.


No se ha escrito todavía la historia del exilio chileno, pero no cabe duda que significó una herida más para miles de compatriotas que vieron sus vidas truncadas por una historia trágica. Muchos de los anhelos de nuestra sociedad de hoy se lo debemos a los aportes de chilenos que regresaron al país, al triste aprendizaje del exilio que viene a enriquecer en la actualidad las demandas democráticas de una mayoría de chilenos. No obstante, es cierto que muchos no regresarán porque han constituido su destino en otras latitudes y deberán vivir con el recuerdo triste del golpe de estado que cambio sus vidas para siempre y la nostalgia sempiterna por la tierra que los vio nacer. Por ello Shakespeare denominaba al exilio, de modo figurado, como “el otro nombre de la muerte”


IV. Felonía, cobardía y traición



1.- Salvador Allende: Tengo fe en Chile y su destino



El presidente Salvador Allende se dirige por última vez al país a las 9:10 AM del once de septiembre de 1973, lo hace a través de “Radio Magallanes” que sería bombardeada minutos más tarde. Como arrancadas de una tragedia griega, sus palabras pasarán a la historia tal y como las concibió Allende, es decir, como una “lección moral”: "Trabajadores de mi Patria, tengo fe en Chile y su destino. Superarán otros hombres este momento gris y amargo en el que la traición pretende imponerse. Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre, para construir una sociedad mejor. . . ¡Viva Chile! ¡Viva el pueblo! ¡Vivan los trabajadores!..."


La figura de Salvador Allende, y con ella todo el conglomerado de la Unidad Popular, era la expresión de una cierta “modernidad política” que se había inaugurado tempranamente con la irrupción de los primeros partidos obreros (1922) y la primera transmisión radial ese mismo año. Hay una relación evidente entre el desarrollo de la radio y el ascenso de las luchas populares, pues, en cuanto medio masivo de comunicación, capaz de quebrar el monopolio de la palabra impresa, incorpora, por primera vez en la historia humana, a los analfabetos. La radio restituye la oralidad allí donde la aristocrática lecto escritura señalaba una frontera social y cultural.


Por ello, no parece, en absoluto, casual que las últimas palabras de Allende hayan sido proferidas, precisamente, a través de las ondas radiales. Con su último discurso se cerraba todo un capítulo de la cultura y la política en nuestro país. Salvador Allende se dirige en sus últimos discursos a los trabajadores, a las mujeres y a los jóvenes, sabiendo que su voz se instalaba, ya para siempre, en el imaginario histórico social de un pueblo entero. En este sentido, se trata de un discurso profundamente lúcido, en tanto entiende que no se trata de un sacrificio en vano, sino de un acto histórico y político que anuda un tiempo futuro con ese trágico presente que será para las nuevas generaciones un presente diferido. Se advierte aquí una sutileza, al afirmar que le anima una fe en Chile y su “destino”, literalmente confina la acción de la junta militar a los estrechos límites de su presente.


Las últimas palabras de Allende acusan explícitamente a la junta militar de los sublevados. Las palabras son definitivas y absolutas: felonía, cobardía y traición. Esta denuncia del presidente Allende es, en efecto, el castigo moral que como la marca de Caín llevarán consigo estos uniformados durante el resto de su existencia. Finalmente, la acusación de Salvador Allende recae sobre un sector de la sociedad chilena que renuncia a la democracia en defensa de sus privilegios: Estas son mis últimas palabras y tengo la certeza de que mi sacrificio no será en vano, tengo la certeza de que, por lo menos, será una lección moral que castigará la felonía, la cobardía y la traición”.


2.- Augusto Pinochet: ¡Las Cámaras quedarán en receso hasta nueva orden!




El general Augusto Pinochet es el rostro de una junta militar que llega con el estigma de haber asaltado el poder. Las primeras declaraciones del dictador se transmiten por televisión en blanco y negro, indicando que una nueva etapa comenzaba. Entre las primeras medidas de la junta militar se consigna el receso obligado de toda actividad política en el país, incluidas ambas Cámaras del poder legislativo.


El golpe militar en Chile, como está muy bien documentado, fue financiado y preparado desde Washington como parte de su estrategia mundial de Guerra Fría que ese mismo año incluía el retiro de Saigón. De hecho, durante los sucesos del mismo once de septiembre, varios navíos estadounidenses estaban en las inmediaciones de Valparaíso, como parte de la operación UNITAS. Recordemos que fue en este puerto donde comenzó el alzamiento militar.


La figura de Augusto Pinochet es aquella del antagonista, aquella del general que traiciona la confianza que había depositado el presidente Allende en su comandante en jefe, un archivillano arrancado de una antología de terror. Si la estatura de su “traición” ya lo instala en el fango de lo deleznable, las atrocidades que siguieron a su ascenso al poder, decenas de miles que fueron víctimas de asesinatos y torturas, solo ratifica su perfil: uno de los grandes criminales de la historia.


En algún momento, sus seguidores de extrema derecha quisieron compararlo con el héroe de la independencia Bernardo O’Higgins. Se llegó al ridículo de que fuese el mismo dictador quien se auto proclamó “Director General”, usurpando para sí el título del libertador de Chile. Lo grotesco del argumento es que lejos de la austeridad y patriotismo de O’Higgins, Augusto Pinochet se enriqueció en el poder y al momento de su muerte le sobrevivieron suculentas cuentas bancarias en el extranjero.


Augusto Pinochet pasa a la historia como otro dictador latinoamericano que arrastró a las fuerzas armadas a traicionar a un gobierno constitucional para servir los intereses de una potencia extranjera, alejándolas de todo patriotismo para convertirlas en verdugos de su propio pueblo. La derecha ha convertido a los uniformados, hasta el presente, en garante de sus privilegios e instrumento represivo de sus compatriotas. Todavía resuenan los ecos de hace cuarenta años, la voz de Allende dirigida a su pueblo: “Me dirijo al hombre de Chile, al obrero, al campesino, al intelectual, a aquellos que serán perseguidos, porque en nuestro país el fascismo ya estuvo hace muchas horas presente; en los atentados terroristas, volando los puentes, cortando las vías férreas, destruyendo lo oleoductos y los gaseoductos, frente al silencio de quienes tenían la obligación de proceder. Estaban comprometidos. La historia los juzgará”.


3.-  Pinochet y la derecha hoy




La muerte del dictador fue una muerte impune para vergüenza de nuestras instituciones y del gobierno de Eduardo Frei Ruiz Tagle y su canciller José Miguel Insulza, actual secretario general de la OEA. La muerte del nonagenario dictador fue el punto de partida para un “pinochetismo sin Pinochet”  Todos los cómplices, civiles y uniformados, activos y en retiro, se han atrincherado en partidos de derecha, disfrazados de demócratas y los más descarados en organizaciones fantasmas que lucran con el pretexto de salvaguardar “lo obra” del extinto general.


Lo cierto es que “la obra” del dictador sigue en pie y se llama Carta Constitucional, de ella deriva todo el andamiaje político institucional que legitima el orden económico neoliberal en el llamado “modelo chileno” Hasta la fecha, los partidos de derechas han actuado en defensa de los intereses empresariales, impidiendo reformas sustantivas a un modelo que hace posible una distorsión de la voluntad popular en cada elección, la entrega de las riquezas básicas del país a capitales extranjeros y el enriquecimiento de una minoría en desmedro de sueldos miserables para los más.


La herencia de la dictadura se respira con fuerza en La Moneda y se llama autoritarismo. Su expresión es la represión a los movimientos estudiantiles o a las luchas del pueblo mapuche, entre otros. A cuarenta años de aquel fatídico once de septiembre, el pueblo chileno no ha recuperado una democracia digna de tal nombre. A cuarenta años del golpe de estado, muchos de los criminales de entonces siguen impunes, llegando a la desvergüenza de rendirle homenajes a Augusto Pinochet como burla a las víctimas sobrevivientes, todo esto con la anuencia de un gobierno que posa de demócrata liberal.


El “pinochetismo sin Pinochet” es el rostro hipócrita de los candidatos de la derecha que medran de las dádivas empresariales para reciclar un modelo tan arcaico como injusto. La derecha aspira a seguir jugando con su baraja marcada, para ello propone nuevos rostros cuyas sonrisas no logran disimular la mueca de codicia y desdén hacia un pueblo que anhela nuevos rumbos. Tal como lo advirtiera Allende hace cuarenta años “…en nuestro país el fascismo ya estuvo hace muchas horas presente…”, y persiste como una peste entre nosotros, como una simulación de democracia y como una amenaza muy real.

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