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domingo, 24 de febrero de 2013

Cómo medir la nada y sus partes


 

Cómo medir la nada y sus partes

José Carlos Bermejo Barrera:



Uno de los conocimientos más sólidos que adquirí en mi infancia fue llegar a saber que “el metro es una barra de platino iridiado que se conserva en el Museo Internacional de Pesas y Medidas de París y se corresponde a la diezmillonésima parte del cuadrante del meridiano terrestre”. Quedaba claro que el metro patrón era algo muy caro (aunque se podían comprar también en las ferreterías metros de madera plegables a un precio razonable), que era sólido e incommovible, por eso era de platino, como de platino eran las señoras rubias de Hollywood, igualmente lejanas e inalcanzables, y además que medía algo tan real como el meridiano terrestre.


En la actualidad todo lo sólido se desvanece en el aire y mucho más en las universidades, instituciones que claramente ya no forman parte del sistema educativo, según su propia definición que las quiere hacer motores básicos del desarrollo económico. En las que de lo que se trata es de adiestrar o entrenar a sus alumnos para el ejercicio de una supuesta profesión, y a sus profesores para que cumplan disciplinadamente sus nuevos deberes.


En el mundo académico la oscuridad se ilumina con las tinieblas y todo se aclara con números, índices y patrones de medida, que en realidad no se refieren ya a nada. Los profesores, por ejemplo, aceptan con orgullo ser medidos con el llamado índice de citas, que no es más ni menos que el conteo del número de veces que su nombre es citado por otros profesores en determinadas revistas, que son las que cuentan para hacer esas sumas de citas en un interminable juego de ping-pong, válido sólo en las que son carísimas. Está claro que mi nombre o el de otro profesor no tienen nada que ver con las ciencias, porque las ciencias se refieren a determinados tipos de conocimientos válidos y no a sus autores. Si los artículos científicos fuesen anónimos o tuviesen una clave no tendría sentido citar el nombre o el apellido de nadie. Si se hace así, elevando imperecederos monumentos a la vanidad profesional y al narcisismo personal, es porque todo el mundo académico se quiere construir como una pirámide de naipes, en el que uno asciende en su carrrera sumando cartas a su torre. Para lograrlo ha de jugar una partida, controlada por los grandes tahúres que son las editoriales científicas que monopolizan el mercado, y por los nuevos sargentos instructores que enseñan a desfilar a todo el mundo a través de los claustros.


La vanidad no es nada, humo y nada más que humo la llamó el Eclesiatés, su medida es un nuevo metro que ni es fijo, ni tiene valor, ni mide nada, porque la nada no puede tener longitud, aunque este nuevo metro sin embargo continúa siendo patrón. Pero esa vanidad, bajo la que se oculta una falta real de autoestima, no se mide únicamente a nivel individual, sino también colectivo, como cuando se habla de los índices y las evaluaciones de universidades, facultades o carreras que se disputan los llamados rankings.


Para que existan unos estudios es necesario que alguien decida implantarlos, que los financie y que esos mismos estudios tengan un valor educativo o social, económico, o que cumplan otros papeles: políticos, religiosos… Una carrera universitaria se implanta porque alguien lo decide, y del mismo modo se cierra, y su utilidad es evidente pues cualquiera sabe si faltan o sobran médicos, ingenieros o licenciados, proclamando a voces su exceso o necesidad las listas del paro. Pero esto sería demasiado sólido, como el metro del museo de París, demasiado contundente, como las rubias platino de Hollywood, para las mentes y el lenguaje que se ha implantado en las universidades, en las que se han descubierto nuevos patrones de medida que permiten pedir más dinero, más profesores y más centros, basándose tambien en índices que contradicen lo evidente.


Una carrera se mide con montones de números y parámetros en informes de cientos de folios llenos de palabras sin sentido como: compentencias transversales y longitudinales, aptitudes, performances, integración social y formación en valores, perspectivas de todo tipo, género… Palabras tomadas del mundo social real, pero que en las evaluaciones de centros y títulos se convierten en caricatura, cuando no en burla. Y es que toda medida puede ser sustituida por otra, toda regla tiene docenas de excepciones, porque quien mide se mide en realidad a sí mismo y así consigue que los resultados obtenidos coincidan siempre con los deseados, lo que nunca pasa ni en la vida, ni en la investigación científica, pero sí en la evaluación universitaria, en la que España es el único país de la Comunidad Europea que afirma no tener nada que corregir en la implantación de sus estudios, su distribución ni su eficiencia, porque somos los mejores.


Es lógico, los índices lo confirman, lo confirman porque en realidad no se refieren a nada. De la nada no sale nada, nada se le suma ni se le resta. La nada está vacía como el discurso político y académico. Lo malo es que ahora nunca está callada. Necesita autoalabarse para que su autoestima no caiga aun más abajo.

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