Portada de antigua versión de Revista Libre Pensamiento

sábado, 9 de febrero de 2013

Cuento: LA ESCUELITA DE TACHITO



DI-Fácil 2: Diplomado virtual Internacional en Facilitación y Acompañamiento oportuno de procesos de Aprendizaje.


LA ESCUELITA DE TACHITO
Por: Ventura Alas* 


El Salvador


Eran las 7:15 am cuando la plática casi a gritos de niños/as alegraban la calle intransitable que daba con la escuela,  la señora Juana, quien siempre les regañaba a su paso por el patio de su casa, ahora les saludaba y les despedía alegremente. Don Lucas pensaba “estos babosos serán hombres de bien, le servirán a la patria”; una madre con dulzura le decía a su hijo  - apurate Luisito, que ya es tarde tus amigos te dejarán y llegarás tarde a la escuela; encima del portón metálico se  extendía como arcoíris un bonito letrero que les recibía: “BIENVENIDOS/AS”, que las/os niños/as que se iniciaban en la lectura se ensayaban todos los días, y los demás, hasta cantado lo hacían, sin darse cuenta que juntos/as hacían un recibimiento colectivo.


También había una parra de veraneras que tiraba de pilar a pilar del portón con flores de todos colores, que se le salían a las hojas como queriendo volar y darles un beso a los recién llegados.  -Esa es matizada- decía una niña, -mirá aquella rojita- comentaba otra, -esa me gusta- respondía un niño.


Más adelante, después de unas gradas culebreadas interminables les esperaba su profesor con una sonrisa de oreja a oreja, casi a carcajadas, saludando a sus visitantes, dándoles un apretón de mano y el que tenía suerte hasta una palmada en la espalda se ganaba. Al llegar a la par de él me recibió  -¿Cuántas botellas de leche te dio la  vaca ahora?- me preguntó, -sólo cuatro porque el chivo se había mamado-.  -Fuiste ayer con tu papá a la hortaliza- le preguntaba a Juancito-, -Sí profe, aquí le traigo unos rábanos-; - gracias, muchas gracias-, le respondió el profesor. Así transcurría la llegada de las/os niños/as a la escuela y el recibimiento de su profesor, porque así lo consideraban ellas/os “su profesor”, a veces hasta se discutían con sus compañeros/as disputándose los espacios al lado del profe.


Una campanita de bronce les interrumpió los juegos tempraneros y les anunciaba que la hora de entrar a la clase había llegado. Ingresaron  agitados al aula, pero el profesor les tranquilizó luego, relajándolos con un cuento. De inmediato las/os niños/as estaban dispuestos a iniciar sus clases.


El profesor indicó que debían conversar en parejas acerca de cómo en sus cultivos hacían para llevar el agua de un lugar a otro, otras/os lo harían sobre la cantidad de leche que la vaca había dado en la última semana. Las/os niños/as todos/as comenzaron a debatir entre ellas/os y a contar anécdotas, -¿te acordás de aquella hortaliza que hicimos por el matazano?-Ahí sí nos costó porque la tomatera estaba más arriba de la fuente de agua, pero al final pudimos llevar el agua hasta las plantas-.


Así transcurrió la clase entre pláticas, pasadas, chistes, bromas, risas y uno que otro pujido; no faltaron los gases biológicos que invadían la clase y las acusaciones al respecto; pero contentos, felices.


De repente, nuevamente la campanita mágica con su tilín tilín les hacía el llamado para el recreo. Una madre de familia les esperaba en la cocinita de láminas viejitas de la escuela para repartir el refrigerio:  ahora tocaban pupusas de mora y refresco de horchata, según el menú escolar. Todos/as se sentaron en unos bancos improvisados de descostillo de pino, formando un gran círculo; continuaron la fiesta mientras disfrutaban de la comida.


Naranja lima/limón partido/dame un abrazo/que yo te pido; cantaban unos niños/as formando un círculo con un participante en medio, los demás giraban alrededor de él. Otras/os hacían piruetas como monos graciosos en un árbol bajito de mango que estaba en un costado de la escuela; Juan, Carlos y María se deslizaban sobre un barranquito con una pichinga aplastada; la Juanita y Chepito, columpiaban en unos bejucos de matapalo que funcionaban perfectamente para lo que eran usados.


El papá de Carmencita vino el  otro día para hacer una maroma, Chomo y yo girábamos en ese instrumento que uno sentía como que andaba en las voladoras de la fiesta del pueblo.


Había llantos, risas, pujidos, empujones, gritos, quejas… Pero estaba bonito, todos estaban felices,  parecía  una feria, en aquel lugar no había espacio para la tristeza, como si el circo de Moscú se había dado cita en la escuelita de Tachito; era como si alguien había traído el mar entero en una mano y los niños jugaban con él, sólo entendían los niños/as que el cielo es azul para el retozo.


-¡Tacho, Tacho, Tachito te digo!- decía la nana con voz dulce y cansada de trabajo. -¡Tan bonito questaba el sueño!- pensó el niño al despertarse. Levantáte yas tiempo que tioficiés, el sol ya viene saliendo y tenés que ordeñar la vaca antes dirte a la escuela.


Refunfuñaba la mamá de Tacho. Había amanecido. Tacho se levantó como un rayo y dijo: -daría lo que fuera porque hoy tuviera un día en la escuela como el del sueño,- se decía Tacho en sus adentros.


En su camino para la escuela, no se encontró con la amabilidad de los vecinos, sino con los comentarios de campesinos que iban a sus trabajos. –Sólo los haraganes van a la escuela.  – Del estudio nadie vive. –Quitá diay cipote te va joder la mula.


El portón de la escuela no tenía el letrero bonito de bienvenida, sino uno que lo sustituía: “Aquí sí se enseña”; ni las flores contentas, algunos niños decidían quedarse sentados en unas piedras pegadas al portón, no había la alegría y la correntada de estudiantes gritando y corriendo por las gradas culebriadas que conectaban la calle con la escuela. Al llegar al aula, Tacho encontró al profesor Menjívar sentado en su escritorio con la cabeza sumida en un libro que parecía viejo por el aspecto que presentaba, al entrar inmediatamente lo saludó:


-Días le dé dios profe. Se dice -¡Buenos días!, Anastacio,- le contestó con una voz pésima y arrogante.


Al iniciar la clase, el profesor tomó entre sus manos el libro viejo que lo entretenía a la llegada de Tachito, les dijo con una voz seca:  -La sintaxis de las oraciones gramaticales, será el tema que les enseñaré esta mañana y comenzó a dictar frases  y oraciones  que nadie comprendía ni podía escribir. -Este profe habla el inglis- pensaban unos estudiantes,  -no, es que es brujo- pensaban otros,  -creo que estudió para cura y trabaja como profesor- suponía la Juanita y no faltó quien pensara que estaba loco o estaba en ese proceso; lo cierto es que nadie se atrevió a comentar nada hasta que éste se marchó de la comunidad y no regresó jamás.


Después guardó en su bolsón el libro utilizado para la clase de lenguaje y tomó uno de matemática que los niños lo recuerdan por tener dibujados unos hombres barbudos y continuó; esta vez  el profesor seguía hablando del postulado de un tal Pascal, despejaba fórmulas, desarrollaba ejercicios, hablaba de física, explicaba teorías y principios matemáticos, llenaba la pizarra, borraba y.... Todas/os pensaron que hablaba de don Pascual, el señor de la tiendita que vendía el periódico en rollo de hace 4 años y una galleta deshecha revuelta con pedazos de cono de sorbete que el vendedor y los compradores lo llamaban desperdicio.


Un día en el marco de una campaña electoral para consejos municipales, un candidato a la alcaldía de esa localidad por el partido verde, había llevado unos juguetes para repartirlos entre las/os niños/as de la comunidad, pero pensó que yendo a la escuela sería mejor, pues allí estaban concentradas/os ya. El profesor le recibió amablemente, se colocó delante de él y anunció con algarabía el regalo que les había llevado este señor tan generoso y bondadoso.


Todos/as corriendo para ser las/os primeras/os, pues temían ser de las/os últimas/os y que no alcanzaran su pitoreta, su soldadito o su carrito. Entre empujones, pujidos y rechazos de toda índole, Tachito logró colocarse en medio de la fila para asegurar su juguete. Al llegar a los zapatos del profesor  levantó la cabeza; se topó con la gran panza del candidato y estiró sus manos para recibir su juguetito, bien ganado, después de gran lucha con sus compañeros/as, y que luego sería bien cobrado por el candidato de llegar a la alcaldía. –Para vos no hay, no hay te digo, salite de la fila; faltaste a clases dos días de la semana pasada; el otro…, el siguiente…, que pase- anunció el profesor.


Tachito sintió el corazón en un hilito, parecía que ya se le iba a salir y que la garganta se le cerraba y no pudo ni siquiera llorar; porque además había escuchado  a su padre decir un día: “los hombres no lloran”; pero no tuvo más remedio que obedecer aquella orden con complejo de teniente coronel de la guardia nacional. Nunca pudo contar lo sucedido a sus padres, pensaba que la situación se complicaría, no se quedaría sólo sin juguete, sino que también ganaría un buen castigo, porque no había ido a clases por quedarse jugando con  Juancito en un cholladero de tierra blanca que había cerca de la quebrada. Cada vez que llegaba al aula lo invadía una tristeza y aflicción que no soportaba más.  Una mañana, Tachito  pensó  en  robarle los libros al profesor, pues creía que eran los que le daban autoridad de mandar, de comportarse mal, de regañar a quien quería,  de mantener aquella aula en un silencio total después de su voz; los libros eran los responsables de aquellas clases aburridas, incomprensibles, de miedo, de las tareas que nunca pudo resolver.


Una mañana, mientras el profesor salió para lavarse las manos y los demás niños/as estaban pendientes de lo que pasaba con él, Tachito sacó los libros de matemática y lenguaje de su bolsón y los colocó en el suyo sin que nadie se diera cuenta.


El profesor y las/os demás no se enteraron de lo sucedido hasta el día siguiente, cuando el profesor arremetió contra todos/as y los sometió a un exhaustivo interrogatorio, en donde Tachito, terminó confesando que él los tenía escondidos en una cueva.


El niño fue sometido a duros castigos, entre los cuales incluía hacer una plana de 200 líneas que decía:  “No debo robar los libros de los profesores”. Sin darse cuenta, después de escribir  media plana, comenzó a escribir otra frase:  “No debo poner en evidencia la ignorancia de los profesores”. Cuando el profesor revisó la plana, vio que Tachito no había cumplido con la orden, entonces fue expulsado de la escuela y no regresó jamás.


Tan gueno quera el cipote,  -no se metía con nadie,  -era bien trabajador;-  comentaban las comadres en el patio de la casa; mientras otras mujeres tapadas con mantelina negra se disponían para cantar los parabienes.


El profesor reflexionaba al fondo de una casa de adobe donde vivía durante la semana, sentado en un taburete:  ¿Y  el tema de los insecticidas está al final del programa? ¿Si hubiese estado en la escuela, hubiera estado trabajando? ¿Y hubiera muerto?.


Efectivamente, Tachito acababa de morir a consecuencia de una intoxicación, por mal manejo de insecticidas, mientras fumigaban con su papá un terreno para sembrar repollos.


* Ventura Alas – representante ABACOenRed – El Salvador


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