Con otra óptica
UN ANCIANO CON ÍNFULAS DE DIOS
Julio Escoto*
Quienes
estudian su personalidad coinciden en que fue exquisito intelectual y brillante
teólogo. Hans
Küng, su colega de la universidad Tubinga y coasesor en el concilio Vaticano II
(1965), cuenta el instante en que con Joseph Ratzinger, Benedicto XVI futuro, se distanciaron
ideológicamente, que fue cuando hubo discusiones sobre la función moderna del Catolicismo
y Küng escogió
el estudio y la investigación para hallar respuesta, mientras que Ratzinger
prefirió someterse al círculo romano que gobierna a la organización religiosa
desde la edad media, y por consecuencia repetidora de horribles vicios de esa
oscura era.
Pensador hondo, docente querido y honesto cristiano,
todo fue que entrara al anillo calcáreo de la burocracia vaticana, mayormente
romana, para que lo arrastrara el vendaval de la ambición. Se hizo súbdito
sumiso, rindió el pensamiento y desde la Congregación de la Fe, equivalente al
antiguo Santo Oficio o cruel inquisición, calló lo que Juan Pablo II le mandó silenciara,
entre ello crímenes de pederastia cometidos por sacerdotes, sobornos, entregas
políticas, traición a fieles y corrupción financiera. Cercano estaba el ejemplo
de Juan Pablo I, quien según el terrible libro “En nombre de dios” fue
envenenado al mes de electo por querer cambiar la pudrición de Roma,
particularmente la relacionada con bancos, potencias del mundo y masonería disoluta.
Albino Luciani (Canale d'Agordo, 17 de octubre de 1912 - Ciudad del Vaticano, 28 de septiembre de 1978) fue el papa n.º 263 de la Iglesia católica y soberano de la Ciudad del Vaticano desde el 26 de agosto de 1978 hasta su muerte, ocurrida 33 días después.
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Es más, concluyó vistiéndose de sistema, lo encarnó
quizás con la accidentada ilusión de transformarlo por dentro. Excepto que la
máquina que pretendió enfrentar poseía mil años de experiencia en aplastamientos,
la de la Curia imbricada como araña en intereses de empresas, capitales, mafias,
gobiernos y otras perversidades institucionales, adicional al grupo de egos más
voluminosos del planeta, vanidosas y enfatuadas personalidades, individuos que
se imaginan dispensadores del bien, administradores del mal, y que son los
cardenales, ocultadores diestros que inventan pajas de espíritu para explicar este
asunto concretamente material.
Y entonces, como siglos atrás, ocurrió la joya
metafórica y Benedicto se declaró representante de dios en la tierra. ¡Maravilla
silogística y retórica!, realismo mágico que ningún teólogo con convicción, ni
persona humilde, ni intelectual orgánico hubiera pronunciado. Fue cuando dio
peras el olmo, parió la mula, se invirtió la gravedad y reforzó ese larguísimo fenómeno
de enajenación que hace al orbe aceptar como ordinario lo imposible y que
revela que el mundo está urgido de creer y que la angustia de la existencia
(horror a morir) le exige polos a que aferrarse, no importa si ausentes de verdad.
A pesar de ser pocamente simpático (los alemanes que
conozco si lo son) ni risueño o figura de llamativo carisma, el día arribará en
que estudiándolo develará sorpresas. Es quizás el único Papa de la historia occidental
que aspiró (aunque tibiamente) a despojar a los fieles de la materialidad de la
religión (cruces, santos de palo, andas, campanas, procesiones) y mejor aún, a
desmitificar la fe reduciendo o eliminando las creencias en fábulas de
vírgenes, del purgatorio, el pesebre de Belén, el año que nació Jesús y sobre
todo el infierno, valiosísimo y lucrativísimo instrumento psico-manipulador de
explotación utilizado por millones de curas para amedrentar, aterrorizar,
doblegar, humillar, que es decir dominar a otros. ¡Qué mayor poder que el don
de remitir a quien quieras al averno! Cristo jamás empleó ese anatema, te
otorga la mayor dimensión de control terrenal, infinita vara mágica de la
maldición.
Absurdo, pues, que el cónsul divino alegue que carece de
energías para continuar; no es ese el problema a pesar de la caduquez, sino que
lo doblegaron las fuerzas tenebrosas de la Iglesia, las ultraconservadoras y
pecuniarias tipo Opus Dei, y ante ellas es arduo pelear batallas ya que
representan al poderoso mal del dinero y la materia, gravosos al alma, y el
hombre está demasiado alienado para ganar esa aventura del espíritu. Quizás
mañana, cuando aprenda a arrancarse la telaraña cerebral.
Subrayados de Revista Libre Pensamiento.
Diario El Heraldo (Honduras), 18.02.2013
*Escritor hondureño
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