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martes, 17 de octubre de 2017

Ser marxistas no vos vuelve fríos, ni indolentes


Ser marxistas no vos vuelve fríos, ni indolentes
Revista Libre Pensamiento

Más allá de lo que pueda creerse, ser marxistas no vos vuelve fríos ni indolentes ante la crudeza extrema de la realidad social, cercana o lejana. Lejos de ello, nos hace conscientemente sensibles y, no menos importante, nos afirma en el rechazo radical a la nada inocente sensiblería burguesa, dibujada con esta nitidez: “… el saqueo bancario mundial remojado en emociones fabricadas para exculpar ladrones, o las aberraciones planetarias de los terratenientes o las obscenidades degradantes del empresariado global… todo pasa a ser tragable si se lo relata en medio de una boda, un romance, un episodio de “cariño”, un escenario de arrumacos, himno meloso, una love story, de cualquier tipo, donde los protagonistas son lindos y queribles, y por lo tanto, aparecen como buenas personas a las que, por amor, “todo se les perdona”.”[1]
A partir de nuestra individualidad (no mezclar con individualismo), pasando por la siempre entrañable familia, invariablemente tenemos de frente al mundo, a la humanidad, a las personas todas, de las que somos parte inseparable. Refiriéndose al vínculo necesario individuo-comunidad, Marx y Engels acotan: “Solamente dentro de la comunidad [con otros tiene todo] individuo los medios necesarios para desarrollar sus dotes en todos los sentidos; solamente dentro de la comunidad es posible, por tanto, la libertad personal”.[2]


Partiendo de estas premisas, nos rebelamos contra toda forma de injusticia y de engaño; contra toda manipulación y enajenación; contra toda maldad. Y a propósito de la manipulación, nada insinúa la obligación de dar fe a la palabra de quienes son duales al externar sus posiciones. Se puede entender a quienes hablan a partir de su ignorancia crasa, sin duda. Pero cuando alguien afirma que el diablo es el responsable de las guerras en Ucrania y en Oriente Medio, con su investidura internacional que, a las claras, muestra que no hay ignorancia de por medio, estamos ante un manipulador, que enreda a propósito las cosas para ocultar la naturaleza real de las guerras. Igual ocurre cuando, con cara de inocente, habla sobre las riquezas naturales de África y lamenta que estallen en ésta “guerras intestinas”, sin mostrar que detrás de ellas están las transnacionales que se disputan la riqueza de este continente y de otros rincones del planeta.
Para responder un tanto a los “argumentos” aducidos, nos remitimos a lo siguiente: “Los análisis de las guerras africanas centrados en la etnicidad son sumamente discutibles. Y lo son porque […] están vinculados y construidos desde un discurso racial y de determinismo biocultural. Dicho discurso ya no se adorna de antiguos ropajes coloniales que jerarquizaban a las sociedades (las razas) en civilizadas o salvajes. Más bien, […] acepta la realidad del pluralismo cultural. Y admite, a regañadientes, que una cultura no es esencialmente mejor que otra. Sin embargo considera que son diferentes y, lo que es más importante, que dicha diferencia es la causa del conflicto, el antagonismo y la violencia.”[3]

Sin ambages, cuando de lucha de clases se trata, llega ineluctable el binomio amor-odio; odio-amor, sin volver dicotómica, jamás, la relación entre estos sentimientos. No es posible amar al enemigo de lo humano. Por perogrullo que parezca, no existe más alternativa que combatirlo sin cuartel. Aunque que se sostenga lo contrario, la víctima de la opresión no puede amar a su opresor, sin importar que éste, por fuera, muestre refinado comportamiento. Por cierto un estudio revela que “Algunas personas son más felices si son capaces de sentir las emociones que desean, incluso si incluyen sentimientos como el odio o la rabia.”[4]

Pero atiéndase que, en el campo de la lucha de clases, se odia sin vísceras de fuera, sino con la convicción de la depravación del sistema más atroz que el mundo ha conocido. Ese que, sempiterno, ha impuesto al orbe la esclavitud asalariada, valiéndose de cualquier recurso o subterfugio a su medida. Repudiamos, pues, la explotación capitalista bajo todas sus modalidades, sin exclusiones, por sonrientes y amables que parezcan. Tenemos así por acicate conductor el combate radical a la existencia de este sistema, profundamente oprobioso e inhumano, sin esperar que aparezca ninguna versión humanizada del mismo, sea nórdica, suiza o cualquier otra, de fondo, tan protervas como la sionista.


Creemos en el socialismo, no en esa quimera del paraíso terrenal que, a lo largo de siglos, se ha pregonado inútilmente. Es un sistema capaz de cubrir las necesidades vitales del ser humano; sistema en el que lo individual y lo social no van, en lo esencial, por caminos diferentes, sino en la misma sintonía, admitiendo el espacio inevitable a contradicciones que no confluyen en antagonismo, sino en transformación constante; sin darle, pues, chance al inflado ego de la llamada clase media que sólo oculta la contradicción insoluble entre el opresor y el oprimido. No en vano, casi por doquier, probable es, “pide a gritos la cabeza de la revolución”.[5]
Dejamos anotada la terrible banalización de lo existente, su relativización, expresada, por ejemplo, en la confusión deliberada y acomodaticia entre lo ya transcurrido y lo que hoy acontece. Se ignora que los acontecimientos pretéritos no deben interpretarse a la luz de lo que hoy tiene lugar; sino con base en la época en que se desenvolvieron; quedaron escritos en piedra, es decir, nadie puede cambiarlos; ni decir que fueron diferentes o que deben ignorarse porque ya “pasaron”. Este relativismo es otra forma de manipulación y, como tal, también merece combatirse. Refleja una clara posición de clase a favor de los opresores.
Debe insistirse: Marx no inventó la lucha de clases, nadie lo hizo, lo hizo la realidad de la opresión de clase, la acaparación de la riqueza en pocas manos, la existencia del Estado opresor. Y la sociedad burguesa, como él y Engels exponen, no ha puesto fin a las contradicciones de clase; sólo ha sustituido a las viejas clases por otras, las condiciones de opresión por otras nuevas, las antiguas formas de lucha por otras.[6] Y hoy en día la opresión de clase sigue siendo una realidad mundial inobjetable, a menos que se pretenda tapar el sol con un dedo.
Engels nos dice que el Estado no es la moral convertida en realidad; es el resultado de una sociedad que ha llegado a un grado determinado de su desarrollo, “es la confesión de que esa sociedad se ha enredado en una irremediable contradicción consigo misma y está dividida por antagonismos irreconciliables, que es impotente para conjurar.” Esos antagonismos se administran  y se amortiguan por esa fuerza que, en apariencia, está situada por encima de la sociedad, justo, el Estado.[7] Pero éste responde a los intereses de la clase que se ha adueñado de la riqueza social. 
Hoy en día ese Estado opresor es global. Es el que impone condiciones de sometimiento a las naciones, las interviene, destruye y practica genocidio en su contra. El que busca, más allá de quien encabece la presidencia de EEUU, poner nuevamente bajo su férula a los países de América Latina y Caribeña, particularmente a los que conforman el ALBA. El que impone el Nica-Act contra Nicaragua y se rehúsa, junto con la Europa cipaya,  a reconocer  la legitimidad de las elecciones regionales en Venezuela.

Notas
__________________


[2] Carlos Marx, Federico Engels. La Ideología Alemana. Editorial Pueblo y Educación. Ministerio de Educación, 1982.  Ibíd. pp. 82-83.
[3] Itziar Ruiz-Giménez Arrieta. Los conflictos armados del África subsahariana contemporánea. https://www.rebelion.org/hemeroteca/africa/arrieta160103.htm
[4] Katie Silver. Por qué los sentimientos de odio y rabia pueden hacer que seamos más felices. http://www.bbc.com/mundo/noticias-41024276
[5] Misión Verdad. Cuando la clase media desea suicidarse pero teme. http://misionverdad.com/pais-adentro/cuando-la-clase-media-desea-suicidarse-pero-teme%20
[6] C. Marx; F. Engels. Manifiesto del Partido Comunista. Obras Escogidas en tres tomos. Tomo I. pp. 111-112. 
[7] C. Marx; F. Engels. El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado. Obras Escogidas en tres tomos. Tomo III. p. 344.

2 comentarios:

  1. La experiencia indica, que no bastan las declaraciones racionales, conepctuales, éticas, que aseguren un comportamiento consecuente...Eso no ocurre...La trágica experiencia histórica, indica y confirma de manera, reiterada, que no, por ser marxistas,el comportamiento sea consecuente...En la acción de terreno, hacen las cosas al revés,,,clasismo, desprecio, blanquismo, racismo larvado...cúpulas de poder, intolerancia, no aceptan otra opi niones,,,son violentos, intolerantes, no tienen manejo de ira...son buenos para el copete...en fin...Lo digo desde adentro...he estado en la izquierda marxista, y salvo excepciones, he encontrado todo lo dicho, m+as ignorancia, malas maneras...Falta mucho como lograr un partido culto, virtuosos, benevolente,m creativo etc.-.

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    1. Estoy de acuerdo con usted. Esas cosas pasan. Pero preciso: el escrito comentado no pretende que el marxismo se vea como garantía de comportamiento ejemplar. Al fin y al cabo, cada quien responde por sí mismo.

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